Las Piedras y El Camino...

Curiosamente las piedras, tan despreciadas generalmente y tan valoradas en un aspecto decorativo, están presentes en toda nuestra vida.
Las piedras del camino son paradójicamente nuestra gran “piedra de tope”. Permitimos su existencia domada, en hermosas o rusticas decoraciones, abrigando nuestros muros o realzando nuestros pisos, separando nuestra existencia con los vecinos o bordeando nuestros caminos. Pero que pasa cuando aparecen de improviso en nuestro andar?
Ahí, ya no son hermosas, frecuentemente sus filosos cantos cortan nuestros pies y nuestros objetivos, a veces sus redondeadas formas hacen inestable nuestro caminar o su amontonada presencia hace resbalar nuestro afán. Intentamos una y otra vez domar su presencia, limpiando nuestro camino de ellas, pero las fuerzas de la naturaleza trae nuevas piedras, que con insolente llegada, nos recuerdan que son parte de la vida. No nos podemos deshacer de ellas, no podemos domesticarlas, no tenemos en tiempo para limarlas una a una haciéndolas mas amigables con nuestros sufridos pies.
Deberemos entonces aprender de ellas.
Aprender que están y que siempre serán parte de nuestra vida.
Aprender que ellas representan nuestras dificultades y que no podemos eliminarlas.
Aprender de una vez por todas que están para que tropecemos y de vez en cuando resbalemos.
Aprender a escuchar que nos quieren decir con su presencia.
Aprender que no son inútiles y que su presencia es importante para que aprendamos a caminar con cuidado.
Aprender que son valiosas, porque nos enseñarán lo más importante de nuestra existencia.

“Que el mejor camino no es el que no tiene piedras, sino aquel que aprendemos a caminar compartiendo con ellas”.