Tan lejanos, tan cercanos... Ángeles entre nosotros II.

Los muros de frágiles cartones apenas colaban el frío de la madrugada, y aunque con ingeniosa arquitectura contenían la vaguada, su frágil condición no era capaz de abrigar ni resguardar las gélidas corrientes citadinas. Los cortinajes de antiguo linaje, tampoco eran capaces de cubrir la pobreza, ni proteger la dignidad pisoteada. Los esqueléticos y provisorios cités, se formaban a lo largo de pasajes y veredas semejando barriadas antiguas y vetustas, y aunque no existían los colores, la uniformidad grisácea se mimetizaba con los rostros de miradas furtivas, que se iluminaban al paso del ejércitos de ángeles.
Ángeles que en sus miradas y en sus manos traían nuevamente el esperado mensaje de amor y de luz de esperanza, ángeles de rostros y miradas tiernas y transparentes, pero de carácter firme y decidido.
Su paso convertía el frío en calidez, coloreaba de una pincelada el gris paisaje, dibujaba sonrisas en rostros endurecidos, satisfacía estómagos secos que olvidaron en el tiempo su función, despertando la curiosidad de estos seres, tan lejanos, pero tan cercanos.
Los ves caminar durante el día, golpeando tu puerta, pidiendo en las veredas tus sobras.
Y tu, los miras, son tan lejanos, pero están a tu lado. Donde tú mires, hay alguno, que quizá incluso alguna vez compartió tu mesa, tu vida, tu corazón.
Ahora les temes, son un espejo difícil de aceptar, un reflejo de lo que no quieres ver, de tus propias miserias, de tus escondidos egoísmos, de tus temidos miedos, maquillados constantemente para que no estorben tu existencia. Pero están, al igual que ellos, escondidos en el patio de atrás.
Y seguirán existiendo mientras no los enfrentes, serán tus mendigos internos, que ya ni siquiera buscan salida y viven de tus limosnas.
Y estos hermosos y puros ángeles se pasean entre ellos, borrando por un instante sus miserias, sus permanentes penas y miedos, trayendo su permanente y eterno mensaje de esperanza, para que el hombre reconozca que en el patio de atrás vive la miseria, la miseria humana, que es la propia. Y que actúe, para que el frío cité se transforme en abrigado hogar en donde albergará la gracia universal, su gracia personal o de vueltas la cabeza hasta la madrugada, en donde el calor será siempre frío, que calará hondo, hasta sus huesos.